El cipayismo de Milei es contagioso: Mariana Brey y la renuncia simbólica a Malvinas
- Nahuel Hidalgo
- 6 abr
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La periodista quilmeña sostuvo al aire que “las islas no son nuestras” y defendió el discurso entreguista del Presidente. ¿Opinar o legitimar la entrega?

Por Nahuel Hidalgo
El problema no es solo lo que dijo Mariana Brey, sino lo que representa. La periodista quilmeña, panelista del programa de Diego Brancatelli en C5N, soltó una frase que aún retumba en el aire: “Lamentablemente las Malvinas no son nuestras”. No fue un error. No fue un tropiezo. Fue una expresión ideológica que, con tono resignado, repitió palabra por palabra el argumento favorito de Javier Milei y su gobierno: que ya está todo perdido.
Brey, que no es nueva en las polémicas, buscó justificar su postura asegurando que “los argentinos perdimos las islas hace muchísimos años” y que “los que viven en las islas no son argentinos, ellos le sacan réditos”. El subtexto es claro: para ella, y para quienes piensan como Milei, la lucha por la soberanía es una causa obsoleta, molesta, romántica.
Diego Brancatelli reaccionó con firmeza y, sin caer en la provocación, le marcó un límite ético y político: “Son nuestras, Mariana. No lo repitas más”. Fue un momento de televisión incómodo, pero necesario. Porque cuando una periodista dice en un medio nacional que las Malvinas no son argentinas, no está emitiendo una opinión personal: está blanqueando una doctrina que nos quieren imponer desde arriba.
El mileísmo necesita voceros fuera de la política. Necesita que comunicadores, influencers, panelistas, empiecen a instalar el sentido común de la entrega. Y Brey —¿consciente o no?— se prestó a ese juego.
No es la primera vez que Brey se alinea, incluso involuntariamente, con posiciones funcionales al poder. Hace apenas unas semanas, en medio de la represión a jubilados frente al Congreso, sembró dudas sobre el disparo que dejó en estado crítico al reportero gráfico Pablo Grillo. “¿Sabemos que fue la policía?”, se preguntó en voz alta, como si fuera válido relativizar lo evidente. Las críticas no tardaron en llegar, y tuvo que pedir disculpas.
Pero lo de Malvinas va más allá. Es el corazón de nuestra historia. Es la memoria de los excombatientes, de las familias que aún esperan justicia, de una nación que no negocia su soberanía. Decir que las islas “no son nuestras” es clavar una daga en ese corazón.
El cipayismo no es una novedad en la Argentina, pero hoy se propaga con velocidad, como un virus. Y lo hace disfrazado de realismo, de frialdad analítica, de pragmatismo político. Pero en realidad, es cobardía disfrazada de sinceridad.
Mariana Brey cometió un acto de rendición simbólica. Y lo hizo en el peor momento, cuando más se necesita reafirmar nuestra identidad y nuestra soberanía frente a un gobierno que prefiere agradar a los británicos antes que defender la bandera.
Las Malvinas son argentinas. No porque lo digan los mapas, sino porque lo dicen la historia, la sangre y la dignidad. Y quien lo olvida, no está informando: está entregando.
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