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Francisco, el Papa de todos

  • Foto del escritor: Nahuel Hidalgo
    Nahuel Hidalgo
  • 21 abr
  • 2 Min. de lectura

Por Nahuel Hidalgo


No soy católico. Nunca lo fui. Pero admiro profundamente al Papa Francisco.


Lo conocí en la Villa 1-11-14, allá por el 2012, cuando colaboraba con un grupo de jóvenes peronistas en un comedor muy humilde. Nos cruzamos en una reunión, y para mí en ese momento era un cura más, comprometido, de esos que caminan con el pueblo. Nunca imaginé que 13 años después ese hombre se convertiría en el Papa de todos.


Estaba ahí, junto a los curas villeros, cuando nadie los escuchaba. Sin flashes, sin prensa. Arremangado, con la palabra justa y el oído atento. Abrazando las heridas del mundo con el único poder que realmente transforma: el amor.



En la televisión, un evangelista –de esos que nada tienen que ver con el catolicismo– decía: "No creo en la Iglesia, pero no puedo negar lo que hizo Francisco por la gente más vulnerada del planeta."Una chica, con lágrimas en los ojos, sostuvo: "Soy atea, pero creo en el Papa Francisco. Por eso estoy acá."Y una mujer mayor, de esas que ya no esperaban milagros, confió: "Me había vuelto atea. Pero desde que escucho al Papa Francisco, volví a creer en Dios."

Eso logró Francisco. Traspasó las creencias, las ideologías, las fronteras. Y mientras en Argentina algunos intentaron meterlo en la lógica mezquina de la grieta, él eligió pararse más allá de todo eso. No del lado de unos u otros, sino del lado del pueblo. Del lado de los pobres. De los excluidos. De los que duelen.


Desde el Vaticano, caminó por los lugares donde nadie camina. En África, pidió por la paz en Sudán del Sur, un país que no figura en las tapas de los diarios pero donde la vida vale tan poco que decir “alto a la violencia” es un acto revolucionario. En Asia, habló con líderes de otras religiones y culturas, no para imponer su fe, sino para construir puentes donde antes solo había muros. En cada rincón del planeta, llevó el mensaje de que otro mundo es posible si nos animamos a cambiar el paradigma del descarte por el del cuidado.


Francisco no es un Papa para la tribuna ni un personaje para la foto. Es un hombre que eligió el barro, que eligió el sur, que eligió vivir como predica. Y eso incomoda. Porque amar de verdad incomoda.


Hoy, Francisco no es "el Papa argentino".Es el Papa de todos.Y algunos todavía no se dieron cuenta de lo afortunados que somos de que eso haya nacido desde acá, desde nuestro suelo.

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