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La economía Argentina en emergencia extrema como países en guerra

  • Foto del escritor: Nahuel Hidalgo
    Nahuel Hidalgo
  • 22 sept
  • 3 Min. de lectura

En 2022, el entonces candidato presidencial Javier Milei pronunciaba un firme rechazo al endeudamiento internacional: “Si yo estuviera a cargo del Ministerio de Economía, no necesitaría ir al FMI. Eso es inmoral y solo se hace si hay déficit”, declaraba ante legisladores y medios. Sus palabras eran el sello de una campaña basada en la promesa de independencia financiera y reducción del tamaño del Estado.


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Menos de tres años después, la realidad económica y las decisiones de su gobierno han tomado un rumbo radicalmente distinto. En abril de 2025, Argentina firmó un acuerdo con el FMI por 20.000 millones de dólares, aprobado mediante decreto de necesidad y urgencia tras fracasar en lograr mayoría parlamentaria. La operación buscaba reforzar las reservas del Banco Central, estabilizar el peso y aliviar los controles cambiarios, pero marcó un punto de quiebre respecto a las promesas iniciales de Milei.


Apenas meses después, el gobierno argentino sorprendió nuevamente: inició negociaciones directas con el Tesoro de Estados Unidos para obtener un préstamo que le permita afrontar vencimientos de deuda programados para 2026, que rondan los 4.000 millones de dólares en enero y 4.500 millones en julio. Este tipo de asistencia financiera rara vez se concede; Estados Unidos la ha utilizado históricamente en circunstancias extremas, como en la reconstrucción europea tras la Segunda Guerra Mundial mediante el Plan Marshall, o más recientemente con Ucrania, en plena guerra con Rusia.


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Expertos advierten que estas decisiones muestran un patrón de economía de guerra, aunque Argentina no esté en conflicto bélico. “El país está operando con herramientas y estrategias propias de una nación bajo presión extrema o en guerra, pero los costos recaen sobre los argentinos”, señala Mariano Salinas, economista del Instituto de Estudios Económicos de Buenos Aires. “Hay venta de reservas, aumento del riesgo país, devaluación del peso y creciente dependencia de fondos externos, lo que limita cualquier margen de maniobra económica interna”.


El contraste entre las declaraciones públicas de Milei y sus acciones refleja una paradoja profunda: prometer independencia económica mientras se multiplica la deuda externa y se recurre a prestamistas históricos en condiciones críticas. Según Lucía Fontana, especialista en finanzas internacionales, “la combinación de FMI y préstamos directos del Tesoro estadounidense genera una presión política y económica significativa. Argentina se coloca en un escenario en que cada decisión está condicionada por acreedores externos, algo que históricamente solo ocurre en países en guerra o en crisis profundas”.


Los analistas también advierten sobre efectos de largo plazo: incremento del endeudamiento insostenible, reducción de autonomía fiscal y exposición a cambios de política internacional. Cada dólar recibido se traduce en compromisos futuros que podrían limitar la capacidad del Estado de invertir en infraestructura, educación o salud.


En términos prácticos, la economía argentina bajo Milei muestra indicadores de vulnerabilidad que recuerdan a países en conflicto: presión sobre la moneda local, volatilidad de los mercados y dependencia de fondos externos para operaciones básicas del Estado. La diferencia clave es que, mientras en otras naciones las decisiones buscan sostener la supervivencia ante la guerra, en Argentina los sacrificios recaen sobre la población civil y su poder adquisitivo, no sobre un conflicto directo.


A medida que el gobierno avanza con las negociaciones internacionales, los ojos del mundo económico permanecen sobre Buenos Aires, evaluando no solo la capacidad de pago del país, sino la coherencia y sostenibilidad de sus políticas económicas en un contexto de creciente incertidumbre.

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