El Eternauta: Memoria, resistencia y el futuro de la lucha colectiva
- Nahuel Hidalgo
- 30 abr
- 4 Min. de lectura
El Eternauta no es solo una obra de ciencia ficción argentina; es un reflejo de las luchas sociales, las cicatrices históricas y las respuestas humanas ante la opresión. A través de la figura de Juan Salvo, el protagonista, la historieta escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López se convierte en un símbolo de resistencia. La trama es aparentemente simple, pero profundamente simbólica: un hombre común y su familia enfrentan una invasión alienígena, una nevada mortal que arrasa Buenos Aires. Sin embargo, la historia aborda mucho más que la supervivencia ante lo desconocido; es una alegoría sobre la lucha colectiva, la memoria y la resistencia frente a los totalitarismos, las injusticias y las fuerzas externas que intentan borrar la identidad de un pueblo.

El impacto de El Eternauta se extiende más allá de su narrativa. Es un reflejo de la historia de la Argentina y de América Latina, marcada por dictaduras, represiones y desapariciones. La nieve mortal que cubre Buenos Aires no solo representa un fenómeno natural, sino también las dictaduras militares y la violencia institucionalizada que intentó asfixiar a la sociedad. En este contexto, El Eternauta nos recuerda que la historia de las personas no puede borrarse. A lo largo de los años, la obra se ha convertido en un faro de esperanza para quienes creen que la memoria, la justicia y la verdad deben prevalecer.
Generación tras generación, El Eternauta ha tocado a los argentinos en sus fibras más profundas. Para quienes vivieron la dictadura, el cómic fue un espejo de la opresión que padecían, de la necesidad de resistir a través de la memoria y la unidad. Para los más jóvenes, la historia de Juan Salvo, que se niega a desaparecer, se ha convertido en un recordatorio de la importancia de la unidad ante los desafíos. El Eternauta ha logrado unir a quienes padecieron el horror de la represión con aquellos que hoy luchan contra las injusticias, en un país a menudo marcado por las grietas políticas. Esta obra trasciende fronteras ideológicas y genera una reflexión común sobre lo que significa resistir.
Esa potencia simbólica fue tan profunda que, tras su muerte, Néstor Kirchner fue representado popularmente como “El Nestornauta”. La imagen de Juan Salvo —el héroe colectivo que atraviesa la nevada mortal para resistir y luchar por los suyos— fue retomada para ilustrar a Kirchner como el dirigente que emergió en un país en ruinas y eligió construir desde abajo, con la gente. El Nestornauta no es un superhéroe, sino un hombre común que se vuelve imprescindible en comunidad, en la calle, en la acción política. En murales, banderas y afiches, esta figura se convirtió en una síntesis visual de un mensaje político profundo: solo el pueblo salva al pueblo.

No es casual que, en 2012, durante su gestión como jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri activara una línea telefónica para denunciar supuestos “adoctrinamientos” en las escuelas, y que en ese contexto se señalara a El Eternauta como parte del problema. La historieta, ya prohibida durante la última dictadura cívico-militar, fue nuevamente cuestionada por representar, según su visión, una forma de manipulación ideológica. En declaraciones radiales, Macri se refirió al cómic como un ejemplo de lo que “definitivamente no entra” en el aula, mientras su gobierno reforzaba un discurso que buscaba borrar del espacio educativo todo contenido crítico o comprometido con la memoria histórica.

Episodios como estos revelan el profundo poder simbólico de la obra: El Eternauta incomoda porque invita a pensar, a organizarse, a resistir. Justamente por eso, ha sido objeto de censura tanto por gobiernos autoritarios como por proyectos neoliberales que pretenden vaciar de contenido político a la educación y la cultura.
Sin embargo, El Eternauta también ofrece una lección atemporal sobre el futuro. La historia nos habla de la necesidad de reconstruir y encontrar un propósito común para sobrevivir. Juan Salvo, al igual que muchos de nosotros, busca lo perdido: su hogar, su familia, su patria. Pero a medida que la serie avanza, se hace evidente que lo esencial no es el destino final, sino la manera en que la colectividad puede enfrentarse a lo inexplicable, a lo desolador, a lo opresivo.
Hoy, en un contexto político y social distinto, El Eternauta sigue siendo dolorosamente actual. Los tiempos que corren son complejos y fragmentados. En Argentina, la creciente represión contra los movimientos sociales y la respuesta brutal de Patricia Bullrich ante jubilados y trabajadores movilizados nos recuerda la violencia estructural que retrataban las páginas de la historieta. El poder, una vez más, busca callar y castigar a quienes reclaman dignidad.

El gobierno de Javier Milei, por su parte, ha elegido entregar el poder a corporaciones y especuladores, mientras desmantela el Estado, la educación y la soberanía nacional. Esta entrega no es solo un retroceso político: es un gesto colonial. Como en El Eternauta, hay una amenaza externa que parece lejana, pero cuyas consecuencias son devastadoras para la vida cotidiana. En ambos casos, la resistencia no nace del heroísmo individual, sino del valor colectivo, de organizarse, de no rendirse.
A medida que el mundo atraviesa nuevos desafíos globales y la represión se intensifica, El Eternauta ofrece una reflexión esencial: la historia no se puede borrar. Y la única forma de enfrentarnos a los tiempos difíciles que se avecinan es, como siempre, a través de la memoria y la lucha colectiva.
Hoy más que nunca, El Eternauta sigue vivo. La serie que Netflix acaba de estrenar nos da la oportunidad de revivir esta historia épica. Ya podés verla. Esta obra es una lección urgente sobre quiénes fuimos, quiénes somos y qué estamos dispuestos a defender.
Nahuel Hidalgo
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