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Cristina critica el modelo que asfixia a las pymes y golpea a los trabajadores

  • Foto del escritor: Nahuel Hidalgo
    Nahuel Hidalgo
  • 5 nov 2024
  • 3 Min. de lectura

En su reciente aparición en Avellaneda, Cristina Fernández de Kirchner planteó un diagnóstico que va más allá de la economía o la política: habló de la deshumanización como el verdadero problema que enfrenta Argentina. Al encontrarse con empresarios y trabajadores de pymes en Vetrano SACIFI, señaló los efectos concretos de las políticas económicas de Javier Milei, como la caída del consumo, la parálisis en las ventas, los tarifazos impagables y la apertura indiscriminada de importaciones. Estos impactos no son números fríos, sino realidades que afectan directamente a las pequeñas y medianas empresas, el motor del empleo y el desarrollo local.



Cuando Cristina compara este modelo económico con un yogur que “tiene fecha de vencimiento”, alude a la caducidad de un sistema que funciona en detrimento de la gente. La metáfora puede sonar simple, pero sus implicancias son profundas: una economía que depende de políticas de ajuste y privatización radical tiene efectos limitados y eventualmente insostenibles. Así lo demuestra la historia económica reciente de América Latina, donde los modelos de apertura indiscriminada han mostrado su fragilidad y, en muchos casos, su capacidad para profundizar la desigualdad. En los años noventa, Argentina experimentó un auge de políticas neoliberales que trajo consigo privatizaciones masivas, pero también una pérdida del control sobre recursos estratégicos y, eventualmente, una crisis que dejó al país en una situación crítica, con un índice de pobreza que alcanzó el 54% en 2002.


Las pymes, que representan más del 70% del empleo privado en Argentina, se ven especialmente golpeadas por este modelo. Sin políticas de fomento a la producción nacional ni protección frente a las importaciones, muchas empresas ven imposible competir con los precios de productos extranjeros. Esta apertura indiscriminada, junto con el aumento de tarifas y una caída del consumo, genera un contexto de asfixia para las pymes y el empleo que sostienen. Los empresarios pymes con los que habló Cristina expresaron su preocupación por una situación que los empuja hacia el borde de la supervivencia: la producción cae, las ventas disminuyen y las deudas crecen, mientras enfrentan un mercado en el que cada vez hay menos margen para mantenerse a flote. Esto no solo afecta a los empresarios, sino también a los trabajadores y sus familias, quienes sufren directamente las consecuencias de esta falta de protección.


La deshumanización que Cristina denuncia no es solo un tema económico; es también una cuestión ética y social. Al poner el capital y la competencia como valores supremos, las políticas de ajuste y privatización suelen ignorar los impactos en la calidad de vida de las personas, generando una cultura de individualismo que desintegra los lazos sociales. Esta falta de sensibilidad se refleja en los tarifazos impagables que afectan a los hogares y las empresas, quienes deben elegir entre pagar la luz o invertir en producción, entre sobrevivir o progresar. Cristina advierte que este modelo agota los recursos de la sociedad en lugar de potenciarlos y apuesta por una economía que sea motor de inclusión y desarrollo. Las empresas nacionales y el consumo interno no son solo aspectos económicos: son el reflejo de una sociedad que cuida a sus ciudadanos y los considera fundamentales para el crecimiento del país.


Cristina plantea una alternativa mediante la convocatoria de un “gran movimiento patriótico” que articule a todos los sectores damnificados. Su propuesta se basa en un principio que parece simple, pero que cobra mayor relevancia en un contexto de deshumanización: el amor que recibe un país es equivalente al amor y cuidado que da. Si el Estado solo percibe a sus ciudadanos como consumidores o como piezas del engranaje económico, la sociedad se convierte en un espacio de competencia y exclusión. En cambio, una política que sitúe a las personas en el centro, que valore la educación pública, la salud y el trabajo digno, genera un lazo de reciprocidad y compromiso. Así como los trabajadores y empresarios hoy sienten la indiferencia de un modelo que los desprotege, una política de inclusión puede fomentar una sociedad unida, donde el bienestar de uno impacta en el de todos.



Este mensaje es una invitación a construir una Argentina que, en vez de esperar el fin de un modelo que “se vence”, actúe desde la solidaridad y el compromiso con los sectores más vulnerables. Como Cristina señaló, solo una sociedad que se valora a sí misma y que cuida a los suyos podrá construir un futuro en el que todos tengan un lugar. La reciprocidad en el amor y el respeto no es un ideal romántico, sino un fundamento práctico: el bienestar social se multiplica en tanto haya una economía que priorice el desarrollo humano. Al final, la historia demuestra que el amor y la dignidad que un país otorga a su gente son los cimientos de su prosperidad y paz social.

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