Malvinas: entre la memoria, la sanación y la autonomía de los veteranos
- Redacción

- 20 ago
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Hace pocos días, 11 excombatientes correntinos regresaron de un viaje a las Islas Malvinas. La recepción oficial a cargo del gobernador Gustavo Valdés, el ministro de Seguridad y el director provincial de Malvinas Argentinas se presentó como parte de una “política de Estado provincial”, con un marcado énfasis en la reconstrucción de la memoria y la sanación emocional.

Los relatos de veteranos como Mario Sánchez describen un viaje profundamente emotivo: recorrer posiciones de combate, visitar el cementerio de Darwin y compartir con camaradas permitió un duelo colectivo y un alivio a heridas de más de cuatro décadas.
Sin embargo, esta narrativa, centrada en la emoción y el homenaje, no refleja la experiencia de todos los veteranos. José Galván, presidente del Centro de Excombatientes de Corrientes, decidió no participar mientras se le exija ingresar con pasaporte a las islas. Para él, el viaje bajo esas condiciones sería una humillación simbólica, un gesto que contradice su percepción de soberanía y dignidad. Este rechazo no es un desprecio por la memoria, sino una afirmación de autonomía y derecho a decidir cómo enfrentar el trauma y honrar a los caídos.
Desde la psicología, este contraste es comprensible. La guerra deja heridas profundas y personales, y cada veterano procesa el trauma de manera distinta. Mientras algunos necesitan confrontar los recuerdos en un viaje físico a las islas, otros requieren mantener distancia para proteger su identidad y salud mental. Obligar a participar o imponer un modelo de homenaje puede ser tan dañino como la negación de la memoria histórica.
Políticamente, la situación también revela tensiones. Aunque la provincia de Corrientes organiza estos viajes y los presenta como “política de Estado”, el gobierno nacional actual mantiene posturas ambiguas respecto a la soberanía de las islas, lo que cuestiona la legitimidad del término. La acción provincial, entonces, funciona como un gesto simbólico de reconocimiento, pero no necesariamente coincide con la política de soberanía que el Estado nacional debería garantizar.
En definitiva, los viajes a Malvinas no son solo ceremonias de homenaje: son procesos complejos de memoria, emoción y política, donde la experiencia de cada veterano debe ser respetada. Honrar a los caídos y reconstruir la historia no significa imponer un camino único de sanación. La memoria colectiva se enriquece cuando coexistimos con la diversidad de formas de recordar y sentir, y se reconoce que el derecho a no querer sanar es tan válido como el derecho a hacerlo.
Malvinas, después de 43 años, sigue siendo un territorio de duelo, orgullo, tensión política y, sobre todo, de decisiones profundamente humanas. Reconocer eso es, quizá, el homenaje más genuino que podemos ofrecer.






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