“No voy a Malvinas porque quiero ingresar sin pasaporte”: el mensaje de José Galván, excombatiente correntino
- Redacción

- 3 ago
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A más de cuatro décadas del conflicto bélico en el Atlántico Sur, la herida de Malvinas continúa abierta para miles de argentinos. José Galván, presidente del Centro de Excombatientes de Malvinas de Corrientes, volvió a encender el debate sobre la soberanía y la memoria al declarar públicamente que no viajará a las islas mientras se le exija ingresar con pasaporte.
"Es mi casa. No puedo entrar con pasaporte, como si fuera un país extranjero. Es como si me pidieran documentos para volver a mi pueblo", declaró Galván en una entrevista con el diario Época. Su afirmación, cargada de simbolismo, pone en el centro de la escena el dilema entre el reconocimiento de un hecho político de facto –la administración británica de las islas– y la convicción inquebrantable de que Malvinas son argentinas.
Un gesto de soberanía personal
A sus 62 años, Galván no se opone a los viajes que muchos de sus compañeros realizan cada año a las islas. Muy por el contrario, los apoya y los alienta. "Ellos vuelven curados", dijo, en alusión al efecto reparador que puede tener para un veterano regresar al terreno donde enfrentó la guerra. Pero insiste: para él, cruzar con pasaporte sería validar una ocupación ilegítima.
Su posición no es aislada. Otros excombatientes, como Julio Sánchez en Entre Ríos, o Héctor Murúa en Buenos Aires, también han expresado públicamente que no retornarán mientras sea necesario sellar un documento extranjero para ingresar.
El pasaporte como frontera simbólica
El Reino Unido exige el uso del pasaporte argentino para ingresar a las islas, lo cual –para muchos veteranos– representa una humillación. No es un obstáculo práctico, sino político y emocional. Un papel que, para ellos, levanta una frontera en un lugar que consideran parte inseparable del territorio nacional.
En 1982, cientos de jóvenes fueron enviados a defender esas tierras heladas bajo una dictadura que poco les explicó. Algunos volvieron con secuelas físicas, otros con dolores invisibles. Y hay quienes aún hoy no pueden ni quieren cerrar esa historia sin una bandera argentina flameando en Puerto Argentino.
Lo que está en juego no es un pasaporte
El gesto de José Galván no se trata de burocracia. No se trata de una formalidad. Se trata de dignidad, de memoria, y de soberanía interior. En un mundo donde todo se negocia y se relativiza, su negativa a cruzar una línea simbólica nos interpela.
¿Qué significa para un país recordar? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a resignar símbolos por reconciliación? ¿Quiénes tienen el derecho a marcar los límites del recuerdo y del respeto? La historia no puede ser un decorado para actos protocolares. La historia duele, grita, exige profundidad.
Galván pone el cuerpo. Su decisión es un acto político, pero sobre todo, humano. Es un recordatorio de que la soberanía no siempre se disputa con armas, ni en foros diplomáticos. A veces se defiende no cruzando una puerta, no sellando un papel, no aceptando un gesto que niega el sacrificio de tantos.
Mientras algunos vuelven para sanar, él elige quedarse para gritar –en silencio– una verdad que no se negocia: las Malvinas son argentinas, y no se pide permiso para entrar a casa.






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