Agustín Ramírez, un faro entre tanta oscuridad
- Conurbano Profundo
- 4 jun
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Treinta y siete años sin justicia. Agustín, te recordamos y te levantamos como bandera y ejemplo.

El domingo 8 de junio, tus familiares, compañerxs y amigxs celebrarán tu vida a partir de las 13 hs en la Parroquia Nuestra Señora de las Lágrimas, en pleno corazón de Solano, partido de Quilmes, al sur del conurbano bonaerense.
Por Orlando Agüero
Hoy se cumplen 37 años de aquel 1988, cuando criminales de la Bonaerense secuestraron, torturaron y asesinaron a nuestro querido Agustín. Hoy, la memoria popular lo hace presente como una luz en medio de un camino que parece no tener salida. Sin embargo, su ejemplo de militancia, basada en la unidad de los y las de abajo, nos reaviva las ganas y el deseo de una vida mejor: con tierra para vivir, con trabajo, dignidad y justicia social.
Hace treinta y siete años, Agustín vivía una vida de militante social y político, comprometido con sus pares, aquellos y aquellas que el sistema había dejado al borde del camino. Su hábitat se encontraba entre calles de tierra y barro. Bendecía con organización de base a quienes habían sido expulsados de la posibilidad de vivir dignamente bajo un techo. Techos que, por lo general, eran de chapa y paredes de madera.
El período de transición entre la dictadura cívico-militar y los primeros años de una democracia restringida fue muy duro. Todo el aparato represivo de la Policía de la Provincia de Buenos Aires aún se encontraba activo. Pero Agustín no les tenía miedo. Había comprendido seriamente lo que en ese momento sucedía, por eso se autoimpuso rebelarse organizadamente, en forma autónoma y desde abajo. Uno de esos actos de rebeldía fue negarse a hacer el servicio militar obligatorio. Esta acción fue una marca que lució con valentía, ya que representaba un acto genuino de desobediencia a los designios del poder militar de aquella época. También leyó con claridad la represión y las desapariciones de luchadores y luchadoras a manos del régimen criminal de los milicos, y pudo observar cómo el hambre y la pobreza se encarnaban en personas desposeídas de todo.
Recorrió las mismas calles que, una década más tarde, también sentirían los pasos de Darío Santillán, otro militante popular que, casi por las mismas razones, trascendería esta vida con sus ideales bien en alto. Junto a Agustín, fueron fundamentales para dejar un legado de compromiso en el momento histórico que les tocó vivir.
Entendió que era fundamental la comunicación. Así fue que construyó, junto a sus compañeros y compañeras del Equipo Social Latinoamérica Gaucha, un periódico barrial que llevaría justamente ese mismo nombre: Latinoamérica Gaucha. Un medio desde donde difundir lo que los medios de comunicación “formales” no contaban: lo que pasaba en los barrios.
En su andar, conoció a Raúl Berardo, un cura de la zona que había experimentado cómo se organizaba el Movimiento Sin Tierra en Brasil. De allí trajo la idea de organizar las Comunidades Eclesiales de Base. Fue así que se puso a organizar a las familias que carecían de tierra, techo y trabajo. Condujo decenas de tomas de tierras fiscales ociosas para, en ellas, formar barrios de gente humilde y trabajadora, con un sistema de organización interna donde las asambleas eran los órganos populares donde se tomaban las decisiones.
Necesitaba emitir su mensaje hacia la juventud. Juntar a los pibes y las pibas para que, en conjunto, problematicen la situación en la que les había tocado vivir. Así fue convocando distintos “Fogones”, que no eran otra cosa que una reunión con piso de tierra y techo de cielo y estrellas, como si estos fueran los anfiteatros naturales de San Francisco Solano. El encuentro era alrededor de una fogata, acompañada de mates, mate cocido y tortas fritas, producidas por manos comprometidas que expresaban el amor con que se organizaban estas jornadas. Por supuesto, no faltaban las guitarreadas, donde sobresalía el joven amigo y compañero “Cabezón” Luis Fredes, que hace muy poco tiempo partió hacia su eterno abrazo con Agustín.
Por supuesto que, ante cada acción, existe una reacción. La respuesta de los intereses mafiosos, ligados al negocio inmobiliario —entre los que se encontraban martilleros, pero también miembros del poder judicial, el poder político y la Bonaerense— fue asesinar a Agustín, convirtiéndolo de esta manera en el Mártir de los Asentamientos. El pueblo organizado desde abajo acusaba, una vez más, otro certero golpe por parte del poder dominante.
Si bien el acontecimiento fue noticia durante bastante tiempo en medios de alcance local y se abrió una investigación judicial, esta estuvo plagada de irregularidades. Los aprietes y amenazas a testigos se hicieron cotidianos, y finalmente se encarceló a una persona que no tenía nada que ver con el hecho. Luego debió ser liberada. El caso, hasta el día de hoy, carece de justicia. Es decir, los responsables materiales y políticos del asesinato de Agustín jamás fueron juzgados y mucho menos condenados por su aberrante crimen.
Hace algunos años, la Comisión de Amigxs y Familiares de Agustín Ramírez realizó un Juicio Ético y Popular en la Universidad Nacional de Quilmes, cuyos testimonios sirvieron para presentar el caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
La última vez que vi a Agustín
Hoy renace, en mi memoria, la luz de aquel último abrazo que nos dimos en la Rotonda de Pasco en 1988. Con una tarde-noche oscura de fondo, rodeados de una inmensa cantidad de compañeras y compañeros, vecinas y vecinos de los barrios del oeste quilmeño.
Paradójicamente, la noche se encontró encendida. Es que las pocas luces callejeras, que apenas alcanzaban para alumbrar, se transformaron en suficientes gracias al calor de quienes luchan. Fue a muy pocos días antes de su martirio. Era en la lucha, en la concentración de miles de familias de los barrios, que protestábamos por las inundaciones y proponíamos soluciones para terminar con el desborde de los arroyos que atraviesan nuestro distrito.
Porque no podía ser de otra manera: encontrarnos en la lucha por justicia para todo el pueblo.
Dedico de corazón estas palabras a la siempre valiente Francisca, mamá de Agustín, a sus hermanos, al Cabezón Luis Fredes, a mi amigo y hermano Andy Cáceres (testigo de la causa), y a toda la compañerada que hasta hoy continúa resistiendo y construyendo un mejor futuro para todos y todas.

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